Por Fernándo Mires (TalCual) Evío de Alvaro Calderón.- El pasado 30 de julio la dictadura militar de Nicolás Maduro consagró institucionalmente la dualidad de poderes que venía gestándose mediante la creación de una constituyente cubana cuyo único objetivo es la supresión del sufragio universal para asegurar el poder de una oligarquía militar-civil en contra de la voluntad de la inmensa mayoría de la nación.
El término dualidad de poderes merece una explicación adicional. Su origen teórico proviene de las plumas de Lenin y Trotzky durante “la revolución de febrero” – la única, la verdadera revolución, la antizarista- que dio origen al gobierno provisional, democrático, social y parlamentario de Alexander Kerensky. En términos más exactos, aquello que tuvo lugar en el breve periodo que va desde febrero a noviembre de 1917 fue una trilogía de poderes: el del aparato militar y burocrático zarista enquistado en el Estado, el del gobierno provisional (liberal, democrático y parlamentario) y el supuesto poder de los soviets (concejos).
La reducción de la trilogía de poderes a una dualidad clasista fue un truco semántico de Trotzky y Lenin a fin de hacer aparecer al gobierno de Kerensky como una simple prolongación del zarismo. Entre Trotzky y Lenin había, sin embargo, una diferencia.
Mientras para Trotzky los soviets deberían asegurar la hegemonía del “proletariado” sobre el resto de las clases populares, para Lenin, consciente de que “la clase obrera” era extremadamente minoritaria y “tradeunionista” (sindicalismo despolitizado) los soviets debían estar formados por obreros, campesinos y soldados bajo conducción de los bolcheviques. Estos últimos, los soldados, eran para Lenin el eslabón decisivo. No porque los soldados se hubiesen vuelto de pronto revolucionarios, sino simplemente porque eran portadores de armas.
A esas masas de desertores y lisiados de una guerra perdida que -sí se leen testimonios como los de John Reed y Victor Serge- vagaban por las calles de Moscú y San Petersburgo, lo único que les interesaba era ser reclutados por alguien a fin de no morirse de hambre. Los bolcheviques lo hicieron.
El golpe de estado bolchevique que tendría lugar con la “toma del Palacio de Invierno” fue llevado a cabo por multitudes de desarrapados, vagabundos y borrachos entre los que se contaban esos miserables, mal armados (pero al fin armados) soldados reclutados por los seguidores de Lenin. De acuerdo a la literatura oficial de la URSS, en octubre fue resuelta la dualidad de poderes entre “la burguesía” representada por Kerensky y “el proletariado” en los soviets dirigidos por los bolcheviques.
Desde 1917 hasta el 2017 hay un siglo. Y nuevamente, como consecuencia de una revolución democrática –tan democrática como fue la de febrero en contra del zar Nicolás ll – ha aparecido, esta vez en Venezuela, otra dualidad de poderes. Naturalmente, el Nicolás ruso no tiene nada que ver con el Nicolás venezolano. Aparte, claro está, de que ambos llegaron a ser sangrientos dictadores, repudiados por su pueblo y por todo el mundo democrático.
La dualidad de poderes surgida en Venezuela tampoco tiene que ver demasiado con la de la Rusia de Lenin. Por de pronto, adquiere distintas formas. En un primer piso, toma una forma institucional: a un lado el gobierno, representante de una extrema minoría, al otro la Asamblea Nacional, representante de una inmensa mayoría. En un segundo piso, adquiere una forma constitucional; a un lado la constituyente cubana, al otro lado la Constitución de 1999. El tercer piso, toma una forma política: la del conflicto entre dictadura y democracia. En el cuarto piso aparece una forma social: una contradicción entre el conjunto de la sociedad civilmente organizada (sindicatos, empresarios, universidades, iglesias, representantes de la cultura e incluso del deporte) en abierto conflicto con una oligarquía estatal cuya base de apoyo solo proviene de las instituciones militares a través de una alianza entre los altos mandos y el lumpen: con y sin uniforme.
La quinta forma de la dualidad de poderes, la del quinto piso, surgida en Venezuela, digámoslo así, su quinta esencia, es la que tiene lugar entre los cuerpos militares y la ciudadanía política. Ahora, justo en este punto, aparece un hecho de importancia decisiva
La dictadura al imponer la constituyente cubana ha convertido en irreconciliable a la dualidad de poder y con ello ha renunciado al poder político para entregarlo sin condiciones al poder militar. La imposición de la constituyente cubana entonces es equivalente a la firma de un acta de ingobernabilidad. Eso tendrá gravísimas consecuencias para Maduro. Retirarse del ejercicio del poder político a favor del militar, significará, lisa y llanamente, cambiar el principio de gobernabilidad por el principio de dominación. De este modo la dictadura modificará su carácter. Ya no será política-militar sino solamente militar. En otras palabras, será lo que potencialmente ya era, la dictadura del ejército con un títere civil en el gobierno (que podría ser Maduro u otro)
La lección que de ahí surgirá para la oposición es que, aún con una eventual caída (o renuncia) de Maduro, no será resuelto el problema fundamental pues los principales enemigos, y por eso mismo, los principales interlocutores, serán, definitivamente, los militares.
Militares que no son los andrajosos armados de los tiempos de Lenin. Son, por el contrario, una clase social de estado dispuesta a todo si se trata de defender sus privilegios. Pero aun así, en un momento indeterminado deberán tomar conciencia de que todas las armas del mundo no bastan para gobernar si frente a ellas se encuentra la absoluta mayoría de la nación.
La imposición forzada de la constituyente cubana no será, en consecuencia, una derrota para la oposición. Todo lo contrario: creará nuevas condiciones para ocupar los espacios políticos cedidos por Maduro, ampliar alianzas en diferentes direcciones y mantener la lucha de calles, siempre y cuando no sea abandonada, ni por un solo segundo, la letra de la Constitución. Esa Constitución ha llegado a ser el nexo que une a la oposición con el chavismo descontento, el programa de acción de todas las fuerzas democráticas, la trinchera que nunca deberá ser cedida a nadie.
La que tiene lugar en Venezuela es, para decirlo con la misma jerga chavista, una lucha irregular y prolongada. Los imponderables –a los cuales para que aparezcan hay que ayudarlos- decidirán finalmente el curso de esa tragedia. Ahí reside precisamente el fondo de la dualidad de poder que experimenta Venezuela, la más básica: la de la guerra contra la política. Si esa dualidad será resuelta a favor de las armas o de la razón, o si aparece un inesperado fraccionamiento al interior de las FAN, o un simple rayo de luz que lleve a un entendimiento mínimo entre el poder político de la oposición y el militar de la dictadura, no lo sabemos. El futuro no está escrito en ninguna parte.