Game of Thrones: un juego impredecible

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En el siglo XIX, la novela retrata las grandes transformaciones sociales, los cambios de estructuras y pensamiento que revolucionarán al mundo occidental.

No por nada se le bautiza “siglo de la novela”, pues éste fue un tiempo en el que el género novelístico, convertido en un fenómeno de masas, fue adoptado por el gran público: ávido lector de esos colosales edificios narrativos a los que ahora sólo eventualmente y casi siempre intimidados, nos acercamos.

Es el tiempo de Balzac, de Flaubert y de Víctor Hugo; de las Brönte, de Dickens y de Thackeray; de Gógol, de Dostoievski y de Tolstoi –por mencionar autores de los tres países donde la novela decimonónica adquirió su espesor–; narrativas totales, mundos completos que exploran las pasiones y la historia como un espejo en el que la sociedad se reconoce y explica. Y así como el XIX fue territorio de la novela, la narrativa serial, con sus formas abiertas que no pretenden crear objetos únicos –como sí lo hace el cine–, sino una multiplicación de relatos, es una de las expresiones más características de nuestra época.

La atracción por lo serial se origina en el permanente deseo del ser humano por contar y, en este sentido, por la expectación regeneradora que implica volver a empezar, y hacerlo desde una tranquilidad recobrada en cada episodio. Nace también –y lo sabe todo aquél que ha esperado se llegue la hora y el día del capítulo esperado– de una ruptura que, en medio de la monotonía diaria, provee de un espacio que podríamos llamar de “laica exaltación de felicidad cotidiana”, si no fuera por la efervescencia casi sagrada con la que muchos acuden a la cita.

Pero esa ruptura que nos disocia de la realidad inmediata no es un salto al vacío. Por regla general, las series –sin importar lo perturbador de su tema– generan estrategias de repetición que las convierten en universos familiares para el espectador. Una comunidad de amigos, de profesionales, de policías o de familia en la que cada personaje cumple una función específica crean ese entorno reiterado que se refuerza con el uso de gags particulares, de expresiones y puntos de vista definidos.

Los honestos y buenos se mantendrán siempre así; y aun personajes a los que, para salpimentarlos, se les permiten ciertas transgresiones resultarán igualmente cercanos, predecibles en ocasiones. Siempre sabremos que Barney cometerá alguna fechoría sexual, que Dexter terminará matando o que Walt (como se nos anuncia desde el título: Breaking Bad) irá corrompiéndose progresivamente.