Un año con la Mara Salvatrucha en el país de Nunca Jamás

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Por: Ignacio Pato

Hablamos con el antropólogo Juan José Martínez d’Aubuisson tras convivir un año con la Mara Salvatrucha 13.

Al comienzo de Peter Pan, Campanilla, celosa, organiza un ataque de los Niños Perdidos de Nunca Jamás contra Wendy. Críos peleando violentamente contra otros críos.

Como un reverso torcido y macabro de esa escena define Juan José Martínez d’Aubuisson el clima de guerra entre el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha 13 que asola desde hace años El Salvador.

El antropólogo ha escrito Ver, oír y callar (Pepitas de Calabaza) tras pasar un año viviendo dentro de la Mara en la capital como parte de su trabajo de graduación universitaria.

1. Miedo: Caminar al otro

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Dejemos una cosa clara desde el principio. Todo alrededor de la Mara Salvatrucha infunde miedo. Juan José Martínez d’Aubuisson no es una excepción. “¿Si he pasado miedo? Todos los días”, nos cuenta desde el país centroamericano.

Juan José llegó a la Mara a través de varios contactos y desde el principio, por su propia seguridad y por ética profesional, reveló su propósito investigador a los miembros de la clica.

Las clicas como en la que Juan José estuvo son las unidades más pequeñas de la pandilla y están llenas de rumores internos. ” Es muy común una forma de matar que se llama ‘caminar al otro’. Se trata de ganarse la confianza de alguien, hacer que baje la guardia y luego terminar con él”, dice el autor.

“Es muy común una forma de matar que se llama ‘caminar al otro’”

En un contexto como el de la investigación de Juan José, ” cualquier cosita te hace pensar que te están ‘caminando’. Si te invitan a jugar al fútbol, piensas que te están ‘caminando’. Si te invitan a comer, lo mismo”, relata él mismo.

Sin embargo, una de las dos grandes virtudes de su trabajo es el de no centrar el relato en su miedo personal. Lo importante, como dice él, es lo que señala el dedo, no el dedo en sí.

El otro es el de no emitir ningún juicio de valor sobre todo lo que ha presenciado.

2. Violencia: Un muerto a la hora

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La violencia reina en El Salvador. El país ha cerrado un verano terrorífico. Agosto de 2015 ha sido, con 911, el mes con más homicidios desde que acabó la guerra civil en 1992. A 30 por día. Un muerto a la hora.

Si la progresión de lo que va de año sigue, El Salvador superará a Honduras y se convertirá en el país más violento del mundo, con una tasa proyectada de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes.

Juan José ha convivido con esa violencia. Cuando él estaba dentro de la Mara, una clica de los rivales del Barrio 18, incendió un autobús quemando vivas a diecisiete personas que iban dentro.

“Con 1 muerto a la hora, El Salvador va camino de cerrar 2015 como el país más violento del mundo”

“Creo que la peor forma de morir es quemado”, concede el antropólogo. Sin embargo, allí donde manda la violencia, esta no necesita presentarse siempre de manera brutal. “Lo que más me impactó lo presencié recién llegado. Unos pandilleros muy jóvenes estaban golpeando, no muy fuerte, a una niña. Lo grotesco de la escena era que yo habría podido parar aquello pero no podía intervenir para no echar abajo la investigación. Y quizá también para no morir en unos minutos. Te sientes partícipe de algo muy feo”, recuerda Juan José.

Eso fue poco antes de la tregua de 2012 entre pandillas y entre estas y el gobierno. Duró 15 meses.

3. Tregua: el torniquete fallido

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Durante la tregua, la tasa de sangre se redujo a 5 homicidios diarios. Era parte de una nueva estrategia gubernamental tras probar programas con nombres tan explícitos como Súper Mano Dura en años anteriores.

En principio, el torniquete funcionó. “Ha sido realmente una estrategia que ha bajado los homicidios”, cuenta Juan José. Sin embargo, asegura que ” también es cierto que ha contribuido a fortalecer la organización de las bandas”.

“Al romperse la tregua, las pandillas se sintieron traicionadas por el estado y comenzó la ‘candela’ policial contra ellas”

El fracaso de la tregua no hay que buscarlo en las matemáticas sino en los despachos políticos. ” La tregua cayó porque tuvo demasiados enemigos dentro del propio estado. Fue diseñada por el Ministerio de Seguridad y Justicia, pero el presidente de entonces, Mauricio Funes, se desmarcó de ella, relevando al ministro por otras personas enemigas del proceso”.

Las pandillas se sintieron traicionadas por el estado y comenzó la candela policial contra ellas. Y quien dice candela, dice mareros ejecutados en operativos policiales camuflados como enfrentamientos.

Para Martínez d’Aubuisson, la zancadilla al alto el fuego fue un error: ” Se piensa mejor sin muertos que con ellos. Con eso se nos murió la última oportunidad de buscar una salida pacífica. Ahora solo queda la vía macabra. Como siempre lo hemos hecho en la historia de El Salvador”.

4. Estado: un boomerang ensangrentado

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La historia reciente de El Salvador es la historia de una violencia que se retroalimenta a sí misma. El país inauguró los 80 con una cruenta guerra civil. Muchos salvadoreños emigraron a California y allí nacieron Mara Salvatrucha 13 o Barrio 18 como eje de cohesión comunitario entre paisanos.

En 1992 llegó la paz y El Salvador hizo balance: 75.000 entre muertos y desaparecidos, más una legión de desempleados, lisiados, huérfanos y desquiciados. California decidió entonces deportar a cientos de pandilleros de vuelta a su país de origen, donde las bandas se clonaron. “Aquí siguieron haciendo lo que mejor sabían: la guerra. Y esta se hizo cada vez más bárbara en el marco de un estado muy débil y una sociedad profundamente herida por la guerra civil”, resume Martínez d’Aubuisson.

La Mara, la marabunta, ya estaba en casa. Tras más de dos décadas, el conflicto actual ya no es solo entre bandas rivales. Para Martínez d’Aubuisson “ahora hay un momento de anarquía en las pandillas, aunque también hay una idea común entre sus miembros: la de tener por primera vez como enemigo al estado”.

“Cuando el estado habla de programas para prevenir la violencia se refiere a lanzar tres pelotas de fútbol en un barrio y decirles a los chicos que hagan un torneo”

El antropólogo comienza a hacer un reparto demoledor de las causas de la violencia pandillera. “Los 20 años de políticas neoliberales propiciando precarias fábricas exportadoras y desarticulando la asistencia social hicieron que cuajase la miseria en El Salvador”.

Esa miseria no pudo detener la otra sangría del país: la emigración. “Se abandonaron muchísimos hogares. En este país tenemos una cantidad monumental de hogares monoparentales. Se generó un ejército de niños y adolescentes sin nada que hacer. No había trabajo, ni sistemas de educación y salud a los que les importasen estos niños”, concluye d’Aubuisson.

El antropólogo afila su discurso: “Cuando el estado salvadoreño dice que tiene programas para prevenir la violencia se refiere a lanzar tres pelotas de fútbol en un barrio y decirles a los chicos que hagan un torneo. Tampoco en la sociedad civil nos hemos preocupado de estos chicos hasta que nos han podido hacer daño. Parece que ahí sí nos interesan, claro, pero no para reinsertarlos, sino para matarlos”.

5. Los Niños Perdidos de Nunca Jamás

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Martínez d’Aubuisson propone un incómodo ejercicio de imaginación: “Tienes 12 años, eres pobre, estás en un barrio donde no eres nadie, ni siquiera tienes a tu madre cerca porque ha emigrado, y viene un grupo a ofrecerte participar de algo grande. Algo donde si mueres no te van a enterrar en una fosa común, sino que tus homeboys, tus hermanos de pandilla, te van a llevar tatuado en el cuerpo para siempre”.

Continúa: “Imagina qué sientes cuando te dicen que alguien va a poner tu nombre en una pared del barrio. Y que nadie va a poder orinarse en esa pared. Imagina lo atractivo que es todo eso cuando ya naciste muerto”.

“Faltan décadas para que esto pare. Creo que con esto acabaremos el presente siglo”, se resigna el investigador.

“Imagina lo atractivo que es todo esto cuando ya naciste muerto”

Esta guerra sigue reglas básicas: golpear y esperar respuesta. Matarse mutuamente. Entre coca colas y arroz con chorizo, Juan José fue viviendo historias sobre niñas preadolescentes que actúan como cebo para atraer pandilleros o sobre niños pequeños a los que se les da un móvil y son enviados a espiar a la próxima víctima.

Otras veces, los mareros han de disfrazarse de payasos de cumpleaños para llegar a sus víctimas sin levantar sospechas.

Parecen juegos. Y quizá lo sean. Los juegos de los Niños Perdidos del país de Nunca Jamás la paz.

“Fracaso adulto, herida infantil”

  • Redactor de playgroundmag.net, Barcelona, España.