Se apagó la voz de Charles Aznavour 

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No tenía buena voz. No era guapo. Ni siquiera alto. No tenía nada para triunfar sobre un escenario y así se lo dijeron los críticos cuando comenzó su carrera. No los escuchó, e hizo bien. Más de 1.400 canciones grabadas, 800 de ellas compuestas por él mismo, casi 300 discos publicados, más de 100 millones de álbumes vendidos y salas de conciertos llenas para escucharle bien pasados los 90 años, además de una extensa carrera en el cine, demuestran que tenía razón. La voz de Charles Aznavour  (París, 1924) se ha apagado en la madrugada de este lunes en el sur de Francia a los 94 años, pero lo ha hecho, como todo en su vida, a su manera.

“No es importante ser recordado. Lo importante es saber que mi trabajo será recordado”, decía cuando desveló su propia estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, en 2017. A los 93 años que sumaba entonces, le temblaban ya algo la voz y el pulso, pero aún siguió subiéndose incansable a escenarios en todo el mundo. Porque era lo que más le gustaba, junto a componer. Y aunque hace una década evocó la posibilidad de retirarse algún día, como señalaba en su canción J´abdiquerai (Abdicaré), ese día tardó en llegar y Aznavour siguió cantando en todo el mundo casi hasta su último aliento. De hecho, tenía previsto actuar el 26 de octubre en Bruselas y pasarse el otoño de gira por Francia.

La bohème, Venecia sin ti, La mamma, y Emmenez-moi figuran entre sus canciones más destacadas de un repertorio de marcado tono nostálgico. Compuso además para artistas como Edith Piaf, y como actor, participó en unos 80 filmes.

Una energía y un amor por lo que hacía que le permitieron conquistar a varias generaciones durante una carrera que se extendió décadas y por todos los continentes. Charles Aznavour cantó en media docena de idiomas. Era reverenciado en lugares insospechados como Cuba, donde grabó un disco hace una década junto a Chucho Valdés. En Armenia, país del que era originaria su familia —su nombre real era Shahnour Vaghinag Aznavourian— y del que fue nombrado embajador permanente ante la ONU, tiene dedicadas estatuas y hasta un museo.

En 1998, la cadena CNN lo declaró el “artista del entretenimiento del siglo”. Otros lo llamaban el Frank Sinatra de Francia. En su país, porque Francia siempre fue su país, era, sencillamente, el “patrón” de la música francesa.

” Me gusta escribir lo que los demás no escriben” explicaba a EL PAÍS cuando ya había cumplido los 90 años. Y no tenía tabúes. Escribió —y cantó— sobre la homosexualidad cuando casi nadie se atrevía. “Como en la literatura, la pintura, la fotografía o los artistas que se lo permiten todo, en una canción se puede decir de todo, a condición de que se sea sincero, esté bien escrita y no sea vulgar”, decía al respecto.

Aun así, en varias ocasiones dijo lamentar que, si bien se había valorado su carrera como cantante, su faceta de compositor, como “escritor de la canción”, como decía, había quedado algo ensombrecida. “Tengo la impresión de que jamás se me ha leído. Se me escucha. Cuando un joven artista me trae un disco, siempre le digo: ‘Dame también las letras para que las lea’”, explicaba en una entrevista en 2007.