Del populismo a la rebelión de los ricos o la derrota de Robin Hood:

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España nos roba. Bruselas nos roba, decían losbrexiters en Reino Unido.Grecia y los demás países del sur, los pigs, nos roban, escribían los tabloides en Alemania, en Holanda, en Finlandia. Roma ladrona, dice la Liga Norte. Este es el petróleo de Escocia, dijeron en Edimburgo cuando se hallaron importantes reservas en el mar del Norte. Flandes  ha ido convirtiendo Bélgica en un Estado mínimo, lo dicen fallido, para no cargar con la pobre Valonia.

 Carlos Marx se quedaría muy sorprendido si pudiera ver cómo en el siglo XXI se opina tan extendidamente que los pobres explotan a los ricos. Ya no hay proletariado, sino precariado, y la lucha de clases se da la vuelta. El rico se rebela contra el pobre, al contrario que en la leyenda inglesa de Robin Hood, arquetipo de la búsqueda de la justicia social por métodos heterodoxos. Además, los pobres se enfrentan entre sí: locales contra inmigrados, los de aquí contra los de allí. Pese a lo predicho por el marxismo, los parias de la tierra no aspiran al paraíso socialista, sino que se aferran a la tribu. La tribu, por cierto, que lideran élites locales que también son establishment. Al final, algo tan viejo como la manipulación de las masas para conquistar el poder.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Muchos cambios económicos han confluido para generar inseguridad en el ciudadano común. La decadencia de la clase media, los desgarros que dejó la Gran Crisis, la precarización, que algunos llaman uberización, los minijobs, la globalización, el incierto futuro del Estado del bienestar, el miedo a que nos reemplacen los robots. Es el “síndrome de incertidumbre y de incomprensión” (Bauman) que nos lleva a mirar el futuro “no esperanzados sino asustados”.

Los lazos comunitarios se desatan y la idea de progreso se esfuma. Nuestros hijos no vivirán mejor que nosotros. Se revuelven no los empobrecidos, sino los que temen serlo. También las clases acomodadas, bien porque se sienten amenazadas, bien para llevarse un trozo mayor de la tarta. Se pierde la fe en lo establecido. Las redes sociales se llenan de rabia. Así han surgido movimientos constestatarios de todo tipo: Trump, Le Pen, el brexit, Podemos, la ANC o la CUP. No son todos lo mismo, claro que no, solo responden a las mismas causas (lo admitió Errejón). Todos ellos, eso sí, cuentan con el apoyo gratuito de los ejércitos de trolls y bots que muve el Kremlin, pero eso no significa que Moscú esté detrás, sino que no pierde ocasión de enredar en Occidente.

Se resquebraja el orden global surgido tras la Segunda Guerra Mundial: la solidaridad (interterritorial, interclasista, intergeneracional) es un valor a la baja. Hay votantes que saltan del socialismo a la ultraderecha, fascistas que dirigen sus discursos a los obreros (como ya se recomienda en Mi Lucha .Y tenemos territorios con identidad fuerte, las llamadas naciones sin Estado, que quieren sacudirse el poder de los Estados de verdad porque ya se sienten abrigados por la UE, en la que creen que seguirían (saltándose todo procedimiento) o al menos entrarían por la vía rápida. También hay quienes quieren dinamitar directamente la UE, nostálgicos de una gloria del Estado nación, antes imperial, que no volverá. Otros quieren hacer saltar por los aires el capitalismo, eso no es tan nuevo, pero ahora los llamados anticapitalistas pactan con los burgueses para ponerse debajo de la misma bandera.