Recordando a Roque Dalton

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Por Eduardo Vázquez Bécker.

Roque Dalton, el pobrecito poeta que era yo, nació hace 890 meses, entre el año 4631 y 4632, del calendario chino.

Ocupación: Idealista.

Lugar, día y hora de su muerte: la que el destino le tenía deparada.

Dirección actual: En un lugar cercano al Playón.

Qué ha pasado con su pluma? Acaso se perdió ?

Solo sabemos que desde entonces no han vuelto nacer poetas, ni escritores ni ensayistas de la talla de Roque. Solo Manlio Argueta, con  traje nuevo, se asoma por la ventanas de la Biblioteca Nacional. Se secó el jardín de los sueños y las ideas. A quién le importa eso?…A los que no han nacido o al que cortó la flor. Fin de la historia.

Preferencias.

Con el pretexto de la discrepancia ideológica fue asesinado el diez de mayo de 1975.

A Roque le hubiera gustado tener un funeral que se efectuara de dos maneras: que lo crearan, y así volver al origen, o que lo enterraran en un lugar, donde pudieran sacar sus huesos cada cien años para ser limpiados y vueltos a enterrar y no devorado por los perros y las aves de rapiña, como a final de cuentas ocurrió.

Puntos claves en su brújula de bohemio.

En la desaparecida geografía de San Salvador, frente al viejo y privilegiado “Club Salvadoreño”  había un cafetín, “La Corona”, sitio de tertulia obligada de agentes vendedores, de desempleados y de poetas donde, además de café, preparaban las famosas Ensaladas de El Salvador. La “Ensalada” es un refresco que se obtiene con la mezcla troceada de frutas tropicales, marañón, piña, mamey, manzana; lechuga verde, pequeñas hostias de rábano, hielo picado y azúcar.

Otro punto de su itinerario intelectual era el “El café Doreña”, junto al Teatro Nacional, donde se bebía “cantaradas” de sabroso café aromático,

El Café “Lutecia”, en el edificio del mismo nombre, que de café no tenía nada: ¡pura cerveza ¡ ¡puro Tic Tac”! (licor nacional) y desde luego las  famosas conchas. A través de sus ventanales se podía apreciar la figura en bronce de Francisco Morazán, presidente de la primera república centroamericana y después Jefe Supremo del Estado de El Salvador, señalando al cielo con su dedo índice.

En ese entonces, en el centro histórico de San Salvador eran famosos los bares, además del Lutecia, el Bengoa, El Principal, la famosa Praviana que no era si no la localización de dos líneas interminables de cantinas baratas en la que sobresalía  la cantina “El Paraíso” (sus dueños Don Adán y Doña Eva), los “Frijolitos Carlota” y ya para rematar, para los que se quedaban  sin pisto y sin nada, quedaba el otrora Bar Atlacatl.

En el bar “Lutecia” conocí una fase desconocida de Roque: le producía  placer indescriptible ver cómo las conchas se retorcían al contacto de la sal, del chile y del limón. No era un placer cualquiera, era un placer sádico. Cuando de cangrejos se trataba, ¡no se diga! con salita y limón, los chupaba hasta dejarlos desnudos.

Roque sentía especial preferencia por ocupar un sitio en el Bar Lutecia, desde el cual podía burlarse de los que iban o venían de sus trabajos excepto dos personajes por los que sentía admiración de verdad: Edmundo Barbero y Valero Lecha, ambos republicanos españoles residentes en el país desde los años 40. Barbero, autor y director de teatro, solía pasar con un paso “repiqueteado” con guayabera y una bolsa, posiblemente con alimentos,  en la mano. Con precisión de reloj, cinco minutos después, lo hacía Valero Lecha, el maestro de la pintura moderna en El Salvador por cuya academia pasaron Raúl Elas Reyes, Julia Díaz y Noé Canjura. Roque bromeaba y les decía groserías desde el interior del bar a sabiendas de que estos no lo escuchaban.

Igual que los chinos, Roque creía en la inmortalidad del alma, por eso se alimentaba con retoños de bambú. Su mensaje permanente era que todo mundo debía ser valiente para encarar su verdad, ser moralmente aceptables y no perder de vista la ética liberadora.

Roque admiraba y respetaba a los ancianos y también a sus ancestros fallecidos, menos a su padre, supuesto aventurero que provenía de los “Dalton”, una familia de gánsteres en la vieja California, Estados Unidos de Norteamérica, de quien era hijo ilegitimo.

Era creador de muros, muros altos que no pudieran alcanzar los Hitler ni los Stalin, muros de patriotismo, afirmativos y constructores. Levantar esos muros era para Roque una tarea a cumplir, un problema a resolver, un deber; la extrema izquierda nunca entendió sus versos. Roque era distinto de todos, no solo por su capacidad de poeta creador sino porque él en sí, era distinto de todos.

El periplo revolucionario de Dalton lo llevó a la cárcel varias veces, a exilios en Guatemala, México, Cuba y Checoslovaquia. Fue internacionalista y amaba el “Canto General”. Le gustaba que lo llamaran comunista pero en realidad no lo era; igual que Lenin, era un activista social.

Soñaba con ser millonario, vestigios de la vieja California; era poeta, compañero de Neruda, amigo siempre.

Todo eso se acabó un día, cuando la incomprensión y la intolerancia le pusieron una bala en la cabeza en un 10 de mayo como este.