Da Vinci, el Verdadero poder de la genialidad humana

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Corría el año de 1478 en Italia, específicamente en la ciudad de Florencia, y en el interior de uno de sus más afamados talleres de oficios y artes, una estremecedora escena estaba teniendo lugar. De pie frente a un lienzo ostentosamente pintado, un hombre de edad madura estaba a punto de estallar de ira por culpa de la furia que lo carcomía desde adentro.

Frente a la temerosa mirada de todos sus jóvenes aprendices, el reconocido pintor florentino, Andrea del Verroquio, tomo con fuerza a los pinceles que había utilizado durante toda su vida, y asiéndolos con sobre exagerada energía los quebró con sus puños apretados hasta astillarlos completamente, para después lanzarlos al suelo y dejar salir a un poderoso grito al cielo en el cual, él se juraba así mismo que nunca más volvería a pintar por el resto de toda su vida.

Apenado, Verroquio salió estrepitosamente con un portazo al exterior de su estudio dejando a todo su grupo de alumnos realmente desconcertados. En medio del silencio resultante, las miradas de todos los presentes se fueron inmediatamente al único joven del lugar que había sido responsable de todo aquel alboroto. Escena propia de todo un ring de boxeo de aires renacentistas.

Aquel personaje sentado a un costado de la sala con aspecto afortunado no era otro que Leonardo Di ser Piero Da Vinci, un modesto poblano que a pesar de sus orígenes humildes y poco privilegiados, y con solo apenas veinte años había logrado traspasar a las fronteras artísticas de su tiempo, usando solo su talento como herramienta única para convertirse en toda una figura de talla mundial. Quinientos años después, todavía en nuestros días podemos conocer las causas que derivaron en aquel atronador encuentro. Sus cautivadoras dotes artísticas impresas en un lienzo de 170 centímetros de altura, titulado como “El Bautismo de Cristo”, lo llevaron a revolucionar el mundo del arte de aquel entonces, llegando a realizar a posteriori hasta sus artísticas técnicas pictográficas propias.

Numerosos historiadores de la actualidad continúan maravillándose frente a su legado y preguntándose asimismo la causa que llevo a este adelantado hombre de ciencia a dominar catorce disciplinas humanas diferentes entre las que se contaron la botánica, la anatomía, la arquitectura y la física óptica. Bajo el nombre de “Polimatía”, se le conoce a aquella capacidad que posee un determinado individuo de desempeñarse simultáneamente en múltiples campos de ciencia humana no relacionados entre sí, desligándose de los límites de la especialización y orientando su estudio hacia él intelectual enriquecimiento. Si bien hoy en día, la polimatía es una forma de pensamiento prácticamente inexistente, en la antigüedad, eran no pocas las figuras que ostentaban las características verdaderas para ser considerados como todo un “Homo Universalis”, entre las que se cuentan a Galileo Galilei, Nicolás Copérnico, Isaac Asimov y Blaise Pascal siendo siempre el particular genio Da Vinci su clásico icono sinónimo particular y por lo tanto su figura más representativa.

La singularidad de sus trabajos, la certeza de sus experimentos y la afinidad que poseía para con todo aquel tipo de pensamiento sistémico, han hecho plantearse a múltiples historiadores si acaso mentes como la del joven Leonardo hubiesen estado dotadas de dotes intrínsecos de una verdadera genialidad totalmente inrreplicable para con los siglos venideros. Sin embargo, ha sido el estudio de sus más celebres manuscritos como por ejemplo los el Códice Atlántico del año 1519, que han hecho entrever, que más que solo un cerebro privilegiado, el éxito que ha salpicado a Da Vinci a través de la historia se debía también a su particular forma de administrar por si solo a todo el conocimiento.

Se sabe que la principal capacidad de esta genio, (innata y por supuesto no aprendida pero si desarrollada), fue el mundo del dibujo y la pintura artística, por lo que en tanto un solemne observador, Da Vinci no solo se limitó a pintar lo que veía, sino también a estudiar a los fenómenos que habían llevado a la elaboración de aquellas realidades que día a día plasmaba en su lienzo.

Fue así como el dibujo del cuerpo humano y sus múltiples formas lo llevaron al estudio de la anatomía y a la disección de cadáveres, el retrato de múltiples especies de plantas al análisis de la botánica, la representación pictórica de edificios a la arquitectura y al urbanismo y también el dibujo de incontables máquinas como el de sofisticados artilugios programables a convertirse en uno de los más controvertidos ingenieros que la historia ha podido ofrecer.

Por supuesto la lección más valiosa que el genio ha podido experimentar es que, la brillante genialidad no hace al ser humano inmune al fracaso. Innumerables son los errores, no aciertos y fallos que Leonardo tuvo en su vida, sin embargo a pesar de ello, fue capaz de sacar provecho a los tropiezos, canalizando, aprovechando y sintetizando al conocimiento que aun de ellos pudo se obtener.

Quizá esa sea la lección más importante del mas celebre artista del “Quattrocento”, cuando proclamo con su famosa frase “Mediocre aquel alumno que no supera a su maestro”, a partir de la cual bajo cierta óptica se puede inferir que, si todos y cada uno de nosotros somos maestros de nosotros mismos, auto enseñándonos día tras día con nuestro propio conocimiento natural, entonces estaremos embarcados en una constante lucha por auto superarnos para salir de nuestra mediocridad propia, en una batalla ética y espiritual en la cual la humanidad entera se ha encontrado embarcada durante todos los días de su existencia, aun desde mucho antes que los mismísimos tiempos del propio renacimiento.

Autor: Abraham Nuñez para revistadehistoria.es