The New York Times cuenta cómo Rusia se metió en la campaña de EEUU

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Cuando el agente especial del FBI Adrian Hawkins llamó al Comité Nacional Demócrata (DNC, en inglés) en septiembre de 2015 para informar sobre algunas cuestiones preocupantes sobre su red informática, fue transferido, naturalmente, a la mesa de ayuda. Su mensaje fue corto, pero alarmante. Al menos una computadora del sistema del DNC había sido intervenida por hackers que el FBI había bautizado “Los Duques”, un grupo de ciberespionaje vinculado al gobierno ruso.

Yared Tamene, el soporte técnico en el DNC que recibió la llamada, no era un experto en ataques cibernéticos. Lo primero que hizo fue googlear a Los Duques y, luego, llevó a cabo una búsqueda superficial de los registros del sistema informático de la DNC para buscar indicios de una ciberintrusión. Actuando por su cuenta, no creyó necesario hacer una búsqueda más exhaustiva incluso después de que el agente especial Adrian Hawkins volviera a llamar en varias oportunidades las semanas siguientes –en parte, porque no estaba seguro de que quien llamaba era, en efecto, un agente del FBI y no un impostor–.

Así comienza un extenso artículo publicado este martes por The New York Times que asegura que ésa fue la primera y críptica señal de que estaba en marcha una campaña rusa de ciberespionaje y una guerra de información ideada para interferir en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016. El primer intento de este tipo realizado por parte de una potencia extranjera en la historia de Estados Unidos.

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En efecto, funcionarios de Inteligencia citados en el artículo creen actualmente que lo que comenzó como una operación de recopilación de información se transformó en un intento concreto de dañar a uno de los candidatos, Hillary Clinton, e inclinar la elección en favor de su oponente, Donald Trump.

Un análisis realizado por The Times de la operación rusa y recogido por The New York Times –basado en entrevistas a docenas de actores apuntados en el ataque, funcionarios de Inteligencia que lo investigaron y funcionarios del gobierno de Barack Obama que deliberaron sobre la mejor respuesta– revela una serie de señales perdidas, una respuesta lenta y una permanente subestimación de la gravedad del ciberataque.

El torpe intercambio entre el DNC y el FBI significó perder la mejor chance de detener la instrusión rusa, asegura el diario estadounidense. “La falta de comprensión del alcance de los ataques socavó los esfuerzos para minimizar su impacto. Y la renuencia de la Casa Blanca a responder enérgicamente significó que los rusos no hayan pagado hasta el momento por sus acciones, una decisión que podría resultar crítica para evitar futuros ciberataques”.

Además, el discreto acercamiento del FBI significó que los hackers rusos pudieran moverse libremente por la red del DNC durante casi siete meses antes de que los líderes del partido fueran alertados sobre el ataque y contrataran a ciberexpertos para proteger sus sistemas.

Durante el verano pasado, los demócratas observaron con una furia impotente cómo sus correos electrónicos privados y documentos confidenciales aparecían día tras día en la web, publicados en WikiLeaks y otros sitios web, y luego levantados con avidez por los medios de comunicación estadounidenses. Incluso, Trump alegremente citó muchos de los correos electrónicos robados durante la campaña electoral.

Las consecuencias del hackeo en la campaña

Las consecuencias de esa filtración incluyeron la renuncia de la legisladora Debbie Wasserman Schultz de Florida, presidente del DNC, y de la mayoría de sus principales aliados. Las figuras demócratas más relevantes fueron marginadas en el apogeo de la campaña, silenciadas por revelaciones de correos electrónicos embarazosos o consumidas por la lucha contra la piratería, describe el artículo.

Aunque pasaron bastante inadvertidos por el público en general, documentos confidenciales de la organización hermana del DNC, el Comité Democrático de la Campaña del Congreso, fueron robados por hackers rusos y presentados durante las campañas legislativas en una docena de estados, manchando a algunos de los candidatos con escándalos públicos.

Para las personas cuyos correos electrónicos fueron robados, esta nueva forma de sabotaje político ha dejado un rastro y un daño profesional. Neera Tanden, presidente del Centro para el Progreso Americano y una importante partidaria de Clinton, recuerda cuando entró en las ocupadas oficinas de Clinton, humillada al ver su rostro en las pantallas de televisión mientras los expertos discutían un correo electrónico filtrado en el que ella había calificado las cualidades de Clinton como “subóptimas”.

Los vínculos con Vladimir Putin

En los últimos días, el presidente electo, las agencias de inteligencia de la nación y los dos principales partidos se han visto envueltos en una extraordinaria disputa pública sobre la evidencia de que el presidente ruso, Vladimir Putin, pasó del mero espionaje a intentar subvertir la democracia estadounidense y definir al ganador de la elección presidencial.

Aunque no hay forma de medir las consecuencias precisas del hackeo, informa The New York Times, “esto queda claro: se trata de un arma de bajo costo y de alto impacto que Rusia había probado en las elecciones de Ucrania para Europa y que fue estrenada en los Estados Unidos con devastadora eficacia”.

Y el periódico estadounidense agrega: “Para Rusia, con una economía debilitada y un arsenal nuclear que no puede usar a falta de guerra total, el ciberpoder demostró ser un arma perfecta: barata, difícil de anticipar y difícil de rastrear”.

“Para Rusia, el ciberpoder demostró ser un arma perfecta: barata, difícil de anticipar y difícil de rastrear”

“Esto no fue algo que se hizo casualmente, esto no fue algo hecho por casualidad, este no fue un objetivo que fue seleccionado de manera casual”, dijo Michael S. Rogers, director de la Agencia de Seguridad Nacional y comandante del Comando Cibernético de Estados Unidos, en una conferencia poselectoral. “Este fue un esfuerzo consciente de un Estado-nación para intentar lograr un efecto específico”.

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La reacción de Donald Trump

Sin embargo, el ataque ruso es cada vez más comprendido por todo el espectro político como un hito histórico, con la excepción de Donald Trump. El presidente electo ha rechazado las investigaciones de las agencias de inteligencia que pronto tendrá bajo su control y las ha definido como “ridículas”, insistiendo en que los hackers podrían ser estadounindenses o chinos.

El martes, un vocero del Kremlin se hizo eco de los dichos del magnate. “Este cuento de los hackeos parece más una pelea entre agentes de seguridad estadounidenses sobre sus esferas de influencia”, dijo Maria Zakharova, la vocera del Ministro ruso de Exteriores, en su Facebook.

Objetivo: el Partido Demócrata

Andrew Brown, de 37 años, director de tecnología del DNC, era muy consciente de que el partido podía volverse un blanco de hackeos, como lo había sido en la década del 70.

Había motivos para asegurar que el DNC estaba bien protegido contra los ciberintrusos y estaba la realidad, según admitieron Brown y sus jefes. El DNC era un grupo sin fines de lucro, dependiente de donaciones, con sólo una porción del presupuesto de seguridad que tendría una corporación de su tamaño.

“Nunca hubo suficiente dinero para hacer todo lo que necesitábamos hacer”, dijo Brown.

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El DNC tenía un servicio de filtrado de correo electrónico estándar, destinado a bloquear los ataques y el malware. Pero cuando los piratas informáticos rusos comenzaron a irrumpir en el sistema, el comité no tenía los mecanismos más avanzados para seguir el tráfico sospechoso, según muestran los memorandos.

De acuerdo con The New York Times, el presidente Obama fue informado regularmente sobre la actividad rusa en la web, pero tomó una decisión que muchos en la Casa Blanca ahora lamentan: no nombró a los rusos públicamente ni emitió sanciones por esto.

Una de las conclusiones del artículo es que el hackeo ruso, dado su éxito, no va a detenerse. Hace dos semanas, el jefe de Inteligencia alemán, Bruno Kahl, advirtió que Rusia podría apuntar a las elecciones en Alemania del próximo año. “Los autores tienen interés en deslegitimar el proceso democrático como tal”, dijo Kahl. Ahora, añadió, “Europa está en el centro de estos intentos de perturbación, y Alemania, en una medida particularmente grande”.