BBC Mundo. El macabro caso de los cadáveres a los que les late el corazón

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( Fragmento) Hay dos formas en la que una persona muera: por muerte cardiopulmonar o por muerte cerebral.  Ambas son definiciones formales y legales de muerte.

La muerte cardiopulmonar es la pérdida irreversible de funcionamiento en el corazón y los pulmones. Las personas que han sufrido una lesión cerebral no recuperable (como traumatismo craneal o accidente cerebrovascular son diagnosticadas con muerte cerebral, que es “el cese irreversible de todas las funciones cerebrales”, según el Sistema de Salud de la Universidad de Miami Estados Unidos.

Los corazones de estas personas siguen siguen latiendo. Orinan, sus cuerpos no se descomponen y son cálidos al tacto; sus estómagos retumban, sus heridas se curan y sus tripas pueden digerir los alimentos.

Pueden tener ataques cardíacos, fiebre y sufrir de escaras. Pueden sonrojarse y sudar: incluso pueden tener bebés.

Y sin embargo, de acuerdo con la mayoría de las definiciones legales y médicas, estos pacientes están completa e indiscutiblemente muertos.

Estos son los cadáveres de corazón latiente; cuerpos con muerte cerebral, con órganos funcionales y pulso.

Sus costos médicos son astronómicos (hasta US$217.784 por solo escasas semanas), y con un poco de suerte y mucha ayuda, hoy es posible que el cuerpo sobreviva durante meses o, en raros casos, décadas, aunque técnicamente esté muerto.

¿Cómo es posible? ¿Por qué sucede? ¿Y cómo saben los médicos que están realmente muertos? Por gracia de la electricidad.

Identificar a los muertos nunca ha sido fácil. En la Francia del siglo XIX había 30 teorías acerca de cómo saber si alguien había fallecido, incluyendo atar pinzas a sus pezones y poner sanguijuelas en sus glúteos.

En 1846, la Academia de Ciencias de París lanzó un concurso para “el mejor trabajo sobre los signos de la muerte y los medios para prevenir entierros prematuros”, y un joven médico probó su suerte.

Eugène Bouchut calculó que si el corazón de una persona había dejado de latir, seguramente estaría muerta. Sugirió usar el estetoscopio recién inventado para escuchar el latido del corazón: si el médico no oía nada durante dos minutos, el cuerpo podría ser enterrado con seguridad.

Bouchut ganó el concurso y su definición de “muerte clínica” quedó establecida para ser inmortalizada en películas, libros y la sabiduría popular.

Pero un descubrimiento fortuito en la década de 1920 hizo las cosas definitivamente más confusas. Un ingeniero eléctrico de Brooklyn, Nueva York, había estado investigando por qué las personas mueren después de haber sido electrocutadas, y se preguntó si una sacudida con el voltaje adecuado también podría traerlas de nuevo a la vida.

William Kouwenhoven dedicó los siguientes 50 años a hallar una manera de que eso sucediera, lo que eventualmente llevó a la invención del desfibrilador.

Fue la primera de una avalancha de nuevas técnicas revolucionarias, incluyendo ventiladores mecánicos y tubos de alimentación, catéteres y máquinas de diálisis.

Por primera vez, podías carecer de ciertas funciones corporales y aún estar vivo. Nuestra comprensión de la muerte se estaba desvaneciendo.

Más allá del Coma

A inicios de la década de 1950, médicos comenzaron a descubrir que algunos de sus pacientes, quienes previamente fueron considerados solo comatosos, no tenían, de hecho, actividad cerebral en absoluto.

Habían descubierto los “cadáveres de corazón latiente”, personas cuyos cuerpos estaban vivos aunque sus cerebros estaban muertos.

Estos no deben ser confundidos con otros tipos de pacientes inconscientes. Un paciente en coma muestra actividad cerebral, y tiene el potencial de lograr una recuperación completa.

Un estado vegetativo persistente es definitivamente más grave: en estos pacientes el cerebro superior está permanente e irremediablemente dañado, y aunque nunca tendrán otro pensamiento consciente, no están muertos.

Para calificar como cadáver de corazón latiente, todo el cerebro debe estar muerto.

Esto incluye el “tronco cerebral”, la masa primitiva en forma de tubo en la parte inferior del cerebro que controla funciones corporales críticas, como la respiración. Pero -y esto es desconcertante- nuestros otros órganos no están tan preocupados por la muerte de su “cuartel general” como se podría pensar.

Alan Shewmon, neurólogo de la UCLA y crítico de la definición de muerte cerebral, identificó 175 casos en los que los cuerpos de las personas sobrevivieron durante más de una semana después de ser declaradas muertas.

En algunos casos, sus corazones siguieron latiendo y sus órganos funcionaron durante otros 14 años. Para un cadáver, esta extraña vida después de la muerte duró dos décadas.