La celebración del día de los santos y el de los muertos

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31 de octubre Halloween
1 de Noviembre Día de todos los santos
2 de Noviembre día de los muertos

Todas las sociedades organizan ceremonias para conmemorar, celebrar o despedir personas y situaciones. La vida y la muerte así como todo lo que concierne al cuerpo son, en la universalidad de las sociedades humanas, objetos de ceremonia.

La celebración del Día de Difuntos ha sido tradicionalmente una fiesta exclusivamente religiosa e íntima en la que se recuerda a los seres queridos que han muerto. Una ceremonia solemne que incluye pocos detalles lúdicos. Mientras en otros países dan a la fecha un carácter mucho más festivo y más cargado de contenido ritual.

La actividad ritual suele desarrollarse en los momentos transcendentales de mutación de la existencia individual o colectiva y nace de nuestras propias emociones. Ritualizar consiste en traducir esas emociones en un relato, por eso se asocia al mito, como relato simbólico. Se trata de una forma de repetición práctica del contenido mítico frente a la muerte, el mito narra el viaje del alma después del óbito. El mito se convierte así en parte integrante del rito como fórmula de expresión verbal del pensamiento.

El rito, en su sentido amplio, es una unidad simbólica de expresión, definida culturalmente por los miembros de una sociedad dada que designa actos o sucesión de actos no instintivos que no pueden explicarse racionalmente como medios para la consecución de un fin. Posturas, actitudes e intercambios verbales constituyen una fórmula de comunicación pautada culturalmente por la tradición que se desencadena en un espacio y tiempo limitados. En el ritual funerario, según el discurso manifiesto, los símbolos que lo definen y estructuran tienen como finalidad guiar al difunto, prepararlo y disponerlo para su destino definitivo.

No obstante, en el discurso latente su finalidad es otra porque el ritual sirve para controlar lo aleatorio, lo episódico y para apaciguar la angustia que nos produce el cadáver y la idea de la muerte. El cadáver es el referencial, el signo al que se le atribuyen unos significados que ayudan a sustentar las creencias en torno a la vida y a su desaparición porque el cadáver es la reedificación de la muerte. El cadáver moviliza las relaciones sociales e incrementa la interacción grupal que se activa marcando las pautas de acomodación que restablecerán el orden perdido.

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En nuestra sociedad el procedimiento ritual ha ido perdiendo su eficacia aunque, en términos generales, se sigue manteniendo inamovible su estructura. En las sociedades tradicionales, el individuo no es nada fuera del grupo social que lo estructura y se encarga de él. La muerte no es percibida como un mal supremo ni como el escándalo por excelencia puesto que se reduce a una pérdida fragmentada y provisional. Para paliar su impacto, que no es más que un accidente de trámite para el grupo, los ritos de gran complejidad expresan la solidaridad entre los vivos y los difuntos porque regulan el luto -las señales de dolor-, y aseguran el status del difunto para que una vez integrado en el mundo de los ancestros participe de la continuidad del grupo.

En los orígenes de estas celebraciones, relacionadas con la fiesta de Halloween en los países anglosajones, hallamos una mezcla de paganismo y cristianismo.

Entre los celtas existía la celebración llamada “Samhain”, que tenía lugar al final de la mitad estival del año, pues los celtas dividían el año en dos partes, verano e invierno. Esta celebración cerraba la época de la cosechas y acababa con la fiesta de los muertos, inicio del año nuevo celta. Se dice que los espíritus de los muertos regresaban en esa fecha para visitar sus antiguos hogares. Tras la invasión de las Islas Británicas por los romanos (46 a.C.), esta festividad de los druidas fue adoptada por los invasores, que contribuyeron a propagarla por el resto del mundo. La palabra “Halloween” procede de una contracción de All Hallows´ Eve, o Víspera de Todos los Santos (1 de noviembre), que es el día en el que la Iglesia Católica honra a todos los santos.

Desde el siglo IV la Iglesia de Siria consagraba un día a festejar a todos los mártires. Tres siglos más tarde el Papa Bonifacio IV (615) transformó un panteón romano en un templo cristiano y lo dedicó a “Todos los Santos”. La fiesta en honor de Todos los Santos se celebraba inicialmente en mayo, pero el Papa Gregorio III (741) cambió la fecha al 1 de noviembre.

Por otro lado, en el año 998, San Odilón, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada Fiesta de los “Fieles Difuntos”.

Estas fechas se celebran con características especiales. Durante los días que las preceden los familiares de los difuntos realizan frecuentes visitas a los cementerios con objeto de limpiar a fondo las losas de las sepulturas de sus allegados y adornarlas con todo tipo de flores, entre las que destacan los crisantemos.

La visita a los cementerios se realiza el 1 de noviembre. Si el óbito se ha producido recientemente, la estancia de los familiares en el camposanto será más larga, su número será mayor y las oraciones dedicadas a los muertos más prolongadas. En cualquier caso, no puede decirse que sea un hábito generalizado, pues la población que visita los cementerios suele ser la de mayor edad. Muchos personas sienten una profunda aversión ante cualquier situación relacionada con la muerte y optan por ignorarla, tal vez con la esperanza de que esa actitud consiga alejarla de sus vidas.