Guardiola: el padre, el hijo y el balón

0
1269

Guardiola, creador del mejor Barça de siempre, se reencuentra con su legado y con el futbolista que sublimó su obra, su hijo, Messi.

Pep Guardiola siempre fue un hombre muy emotivo. Poco importa que el fútbol, con el paso de los años, sea cada vez más artificial, con vestuarios convertidos en camerinos, declaraciones paridas en bunkerizados departamentos de comunicación, y sacas de dinero viajando de un lado a otro, incluso más rápido que el balón. Asoma el noi de Santpedor, y todo huele a añejo. A pasión. A obsesión por un deporte que le entusiasma tanto como le tortura. Que le obligaba en su día a encerrarse en su cueva de las entrañas del Camp Nou, y ahora en su despacho de la Säbener Strasse de Múnich. Como el artista, siempre aguardando la inspiración.

El día que Guardiola entrenó por última vez al Barcelona después de haberle concedido 14 de 19 títulos en cuatro años que todavía se recuerdan con melancolía, el técnico no se fue corriendo a casa para dedicarse a sus cosas. Reunió a su familia, y ya pasada la medianoche, en la oscuridad del Camp Nou, paseó por el césped cogido a su esposa, Cristina, con sus tres hijos, Maria, Màrius y Valentina. Ése y no otro debía ser el último recuerdo de un ciclo que concluyó de manera abrupta. Con el entrenador “vacío”, incapaz de entenderse con un rosellismo que nunca comulgó con su protagonismo, y enfrentado con buena parte del vestuario. También con su futbolista soñado, Messi.

Un jugador al que venera y veneró. Un chico del que consiguió descifrar sus silencios y que, a su vera, y como delantero centro mentiroso, se convirtió en uno de los mejores de la historia. Aunque La Pulga, ante el avance de la decrepitud futbolística propia de la abundancia de los éxitos y que concluiría el año pasado con el paso fugaz del Tata Martino, nunca acabó de entender aspectos que por entonces parecían nimios. Como la titularidad de futbolistas como Tello o Cuenca en los partidos capitales del año en que se despidió Pep, el primero en advertir el fin.

No hay rencor por ninguna de las dos partes. Tampoco comunicación. Pero sí elogios. “Estando Leo como intuyo que está, no hay defensa que lo pueda parar. Es imposible”, clamó ayer Guardiola, que continuó: “A Messi no se le para. No hay sistema defensivo ni entrenador que pueda hacerlo. Es demasiado bueno. El talento, a esa magnitud, no se defiende”. De ahí que el reto táctico que se ha impuesto el entrenador sea sobrehumano.
El año I después de Pep
Guardiola se fue. Mientras los azulgrana iniciaban una difícil transición, cercenada por la muerte de Tito Vilanova, Guardiola dedicó un año a formarse en Nueva York. Y luego continuó ganando. Esta vez en Alemania, al frente del legendario Bayern, e imponiendo un estilo contracultural -no hay día en que referentes como Beckenbauer discutan el juego de posesión-, pero que ya le ha servido para conquistar cinco títulos. Aunque con un borrón que todavía le martiriza, la eliminación en la pasada semifinal de la Liga de Campeones a manos del Real Madrid, un duelo en el que el técnico admitió haber traicionado sus principios.

No lo hará frente a su legado. Tampoco frente a sus hijos deportivos, ni frente al mejor futbolista que vieron sus ojos, Leo Messi. “Es difícil jugar aquí a defender e imposible llegar a la final sin meter un gol en el Camp Nou”. Guardiola, que siempre ganó la posesión en Alemania -también lo ha hecho Luis Enrique en el Barça-, volverá a intentar que el gobierno del balón sea su razón de ser. “No puedo dar un mensaje diferente ahora. Seguiremos un mismo camino, aunque con los matices apropiados. El partido no acabará 0-0”.

Quedan dos partidos para la final de Berlín. El Barcelona de Luis Enrique, que arrasa todo lo que pisa a cada toque de corneta de su trinidad ofensiva (Messi, Luis Suárez y Neymar), llega con la moral por las nubes, los músculos trabajados, y con Mathieu como único integrante de una enfermería que echará de menos a Vermaelen, miembro de la lista de convocados por primera vez desde que fichara el pasado verano. El campeón de la Bundesliga, mientras, alcanza el Camp Nou sin Ribéry, Robben, Alaba y Badstuber, y con Lewandowski cubierto con una máscara ortopédica para proteger una mandíbula y una nariz rota. “No me he quejado nunca”, advirtió ante la tentación de la excusa un Guardiola que, pese a la emoción del momento, supo dejar las cosas claras: “No he venido a un homenaje, sino a hacer mi trabajo”.

El dilema defensivo de Guardiola

El cúmulo de ausencias y el gran momento del Barcelona han llevado a Guardiola a plantearse un sistema con tres centrales que, por ejemplo, ya ensayó frente al Borussia en semifinales de la Copa. De repetirlo, Boateng, Benatia y Rafinha jugarían en el centro de la zaga, con Lahm y Bernat en los carriles. La opción más natural, sin embargo, pasaría por jugar con línea de cuatro atrás y juntar a cinco centrocampistas (Xabi Alonso, Schweinsteiger, Thiago, Lahm y Götze).