¿Por qué la Semana Santa se celebra cada año en una fecha diferente?

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Extrañan a cualquiera los cambios de fecha en algunas conmemoraciones de la iglesia, sobre todo la de la semana que llamamos Santa.

Una de las tantas explicaciones viene de este hecho: esa semana depende de un calendario lunar. Ésta es la más sencilla, pues todo mundo puede comprobar los ciclos evidentes de la luna con tan sólo levantar la vista al cielo, mientras que los ciclos del sol requieren de mayor ciencia.

Así pues los antiguos se guiaban por la luna, los agricultores se guían por ella, y nosotros también: fijémonos en la luna llena siguiente al 21 de marzo; pues bien: el siguiente domingo –siempre en domingo, por supuesto- será la pascua cristiana, es decir el día en que se conmemora que Jesucristo resucitó.

Dicho de otra manera y retomando: el equinoccio de primavera marca el comienzo de esa estación del año, según nuestro calendario es el 21 de marzo. Días después habrá luna llena. El siguiente domingo será el de resurrección.

Ojo; aún más: en los estudios disponibles como aquí mismo se habla de fechas de la semana santa, cuando en realidad se trata de la fecha del domingo de resurrección (pascua cristiana, o simplemente pascua, en occidente). De ahí para atrás, una semana, será la semana santa.

Por último el domingo mencionado siempre será entre el 22 de marzo y el 25 de abril, y la fecha más recurrente será el 19 de abril.

La explicación sería suficiente, pero hay otra más de la que no nos vamos a ocupar aquí que es más abarcadora y con la cual se resuelven los casos difíciles que la solución sencilla no despeja. Basta con decir que ese otro método soluciona otro gran problema, el que la pascua cristiana no vaya a coincidir con la judía. Ambas pascuas definitivamente deben tener su día propio, hecho central de esas dos religiones.

El calendario gregoriano

El calendario del que la semana mayor forma parte nos lleva a una rica y milenaria historia que hay detrás, asuntos no sólo de almanaque sino de política interreligiones.

La cosa empezó con el calendario de los egipcios, retomado por Julio César, y que lleva su nombre (calendario Juliano). Más tarde la iglesia católica hizo ajustes a través del papa Gregorio XIII quien dio también su nombre a su aportación calendárica. El ajuste consistió en suprimir días del almanaque, es decir, un salto de fecha; de modo que los que durmieron el 4 de octubre de 1582, despertaron el 15 de octubre. El propósito del tal ajuste fue que la primavera comenzara el 21 de marzo -o sea que hoy en día ya se desajustó otra vez; a ver si el papa Francisco se anima a emitir el suyo, a la manera de su predecesor-.

(No hay que confundir a Gregorio XIII con san Gregorio, también pontífice, el primero de los gregorios. Gregorio XIII pasó a la historia sobre todo por dos hechos ocurridos en su gestión, el ya mencionado y el conocido episodio de la noche de san Bartolomé en que se dice hubo decenas de miles de muertes y, lo peor, no sólo de los implicados sino de inocentes).

Así pues, la iglesia determinó, como tantas otras cosas de la vida cotidiana, el año civil, conforme a cuya lógica se da fechas a la semana mayor.

Esa proclama, entonces, se debe al papa, pero seríamos muy injustos si no dijéramos que mucho antes lo dijo el monje sabio Dionisio, apodado El Exiguo -por sus escasas carnes en oposición con sus abundantes ideas-. Esto, además, sale al paso de los que piensan que la vida monástica es oscura y sin oficio ni beneficio.

 

 

 

Por Héctor Osorio Lugo